Cayendo a mis profundidades, y todavía no he leído a Cummings.
Promesa de rebelión de ideas.
Deshacer el lenguaje...desarmarlo, partirlo, llevarlo al extremo de su significado y aún así pretender que diga cosas. Cosas que ya no puede, porque está muerto; yo lo maté.
Él nunca accedió a morir, me derrotó.
Ví su sangre correr, formando charcos.
Y yo reía, reía de placer, porque adoro el sonido de su suplica.
Para decir más. Para callar diciendo cosas, para enloquecerme leyendo espacios llenos de cólera hermosamente escritos.
Y Dios pudo, pero yo pude más.
Puedo invertir el pensamiento, pero no puedo invertir la forma. Esa forma mística en que se unen el cielo y la tierra, tragandose de un bocado mis propios demonios.
La suerte está echada, soy testigo del más arrebatado intento.
No quiero regresar al lugar desde donde partí, no voy a volver nunca más.
Ahora el cielo y todos los cielos que inventé alguna vez, se van a nublar para siempre.
No soy prisionera de mi razón, sólo conservo la cúspide de lo que fué otrora mi sentido común.
En cuanto a mi felicidad...no, no puedo. Vuela y flota muy lejos de mí.
Ya cesó la guerra, y en ella, la angustia trituró cada intento de ser feliz.
Un pálido profundísimo me viste la cara, y sí, el violento paraíso está cerca.
Tengo los ojos cerrados a la luz, y un mar de llamas viene a mí.
Tres veces maldito el consejo que me dieron alguna vez. No vale la pena estar aquí.

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