sábado, 10 de noviembre de 2012

Guerra: el día después


La guerra la gané yo. Vos podrás haber ganado alguna que otra batalla, pero el triunfo final es absolutamente mío.
Y aquí estoy, arrodillada en el campo de batalla, mirando al cielo, mi rostro cubierto de lágrimas y sangre.
Revisando mi cuerpo, mis brazos, mis piernas, tomando conciencia de que estoy viva y de que he ganado.
Luchamos una guerra sin cuartel ni códigos.
Luchamos por el amor de una mujer.
Mi estrategia fué demostrarle a la mujer que ambas queríamos, que soy una persona confiable, que no soy agresiva, que sé cómo amarla y hacerla feliz.
Tu estrategia fué la agresión de la más baja calaña hacia mí, los insultos y humillaciones que yo nunca respondí.
En tu locura, íbas perdiendo terreno una y otra vez.
La sangre llegó al río, cuando tuviste la pésima idea de subirla a tu auto a la fuerza y con la ayuda de una cómplice golpear a la mujer que ambas queríamos.
Eso no lo pude permitir. Que Dios me perdone si me equivoqué, pero tuve que buscarte y hacertelo saber.
Ese fué mi límite. No voy a permitir que le hagas daño a la mujer que me hace sonreir con sólo verla.
Voy a protegerla a cualquier precio.
Quiero que sepas que me gané su amor a fuerza de ternura, de noches abrazandola porque le dabas miedo, y mientras vos me mandabas mensajes amenazandome con encontrarme en cualquier esquina y golpearme; yo apagaba el celular, y me dedicaba a cocinar para ella y hacerla disfrutar de muy buena música y chistes y risas y golosinas que yo había comprado exclusivamente para ella.
Urdiste la historia macabra de tu embarazo para retenerla. Le vendiste la mentira de que íbas a formar una familia con ella. Y lo peor del caso es que la presionabas recurriendo a la violencia para que ella se hiciera cargo de ese niño.
No contenta con todo ésto, decidiste abortar, y culpaste nuevamente a nosotras del fallecimiento de tu bebé.
Nunca supimos si tu embarazo fué cierto, ni tampoco la muerte del bebé.
De terror. Estás completamente enferma. Así no se gana uno el amor de nadie. Al contrario, lograste asustarla e hiciste que huyera despavorida.
Pobre tonta vos si creíste que así la íbas a conquistar.
Ella se refugió en mí, yo de a poquito y con mucho cariño fuí haciendo que confiara en mí.
Hubieron momentos en los que ni yo misma sabía la decisión que ella íba a tomar, existieron momentos de desesperación de mi parte y una angustia recurrente me nublaba la vista y me quitaba las ganas de comer.
Pero hoy, como ya dije, la guerra terminó.
Ella está conmigo. Y queremos olvidarnos de la pesadilla.
Vamos a ir al cine, la he invitado a desayunar mañana en un café con una onda vintage que descubrí en una de mis tantas recorridas por calle Alem.
El daño que tenemos por dentro es inmenso, y la duda de si con todo éste escándalo matamos a un bebé no nos deja dormir en paz.
Me genera casi pánico, haber descubierto de lo que son capaces las mujeres cuando se trata de una relación.
Se transforman en monstruos imposibles de parar; la locura y la maldad son tan grandes que son capaces hasta de matar.


PD1:(Ésta historia no contiene nombres para preservar la identidad de las integrantes y es absolutamente verídica)

PD2: Las amenazas contra mi persona están vigentes aún, por lo que éste post tiene carácter de declaración y autorizo a que pueda usarse a mi favor llegado el caso.

             
                    

viernes, 2 de noviembre de 2012

Coquine


Un gato llamado Coquine, un montón de lápices de colores desparramados por el suelo, un velador que me acompaña a media luz, y me dice que es tarde, que mi alma tiene que descansar.
La fractura de un beso que era tuyo.
Mi colosal y desmedida pena con sus ojos cerrados y acomodandose para llorar.
Todavía queda algún paisaje alrededor mío; el paisaje del atroz ruido de las cosas al caer, cuando barriste de un manotazo la civilización completa de nuestra historia.
Le pido al aire que se mueva, que me entre en los pulmones y me mantenga viva; porque mi fuerza se fué a buscar ayuda a otro sitio, se fué y me dejó mirando de frente a mis propios enemigos.
Creíste que disparar esa flecha era ser libre, era conquistar el peligro. Y sin que pudieras hacer nada la flecha que te hizo ser libre un instante, se me clavó en el pecho y me fulminó.
No hay Dios que responda nuestras preguntas.
No alcanza con saber que el daño está hecho. Hay algo más profundo que se esconde detrás de tu miedo y del mío.
Mientras nos preguntamos cómo seguir, cómo confiar otra vez, la voz se nos pone de un color desconocido y se nos quedan atrapadas entre los dedos las disculpas.
Coquine no sabe, ni siquiera se imagina, que se ha congelado su maullido en el aire.
Él juega con los lápices, y nosotras tratamos de rescatar al menos eso del naufragio: el poco juego que nos queda.

        Besotes a todas!!!