miércoles, 3 de abril de 2013

Post data


Querida Equivocación:

                               No sé si darte las gracias o temer. Porque ese paseo, por la plaza de la ciudad, con nuestros helados de canela balanceandose en los conos fué algo así que temerario. El frescor del otoño nos envolvía, y dentro nuestro estaba instalada la tibieza de los principios del verano.
                               Me mirabas de tanto en tanto, haciendo de cuenta que mirabas la fuente y las palomas; cuando en realidad yo sé, que me mirabas a mí. Armabas una ciudad en mí.
                               Si querías pensar en otra cosa, y yo interrumpía tus relatos mentales con mi voz, mil disculpas. Aunque en realidad yo sé, que era mi voz, la causante de tus viajes casi cósmicos por los alrededores del amor; y el tiempo no te jugaba en contra, te trepaba por los hombros y te hacía más imponente aún.
                               No hubo casualidad en tu forma de vestir. Siempre tan efímera y romántica. Yo me quedé enredada un par de veces en la ondulada sinuosidad de la lana de tu abrigo, y no pude o no supe imaginar cosa más tentadora a la vista y al tacto. Obviamente me contuve, querida equivocación. Pero no por tí, sino por mí. No hay regreso posible, cuando se roza la inmensidad de un alma noble.
                                 Me llevaste de la mano hasta el rincón azul de tu arte, me mostraste tu habilidad improgramada para componer situaciones y objetos, nuestros mundos propios estában de fiesta.
                                Me pregunté que clase de fotografía estábamos componiendo justo esa tarde. Una con efectos vintage, sin duda.
                                Me dí cuenta varias veces, que tus ojos no son como yo los imaginaba, son de un color afrancesado, sin límite entre el marfil y el oro.
                                 Porqué? porqué cuando ya la luz del sol nos íba abandonando, tuviste que soltar tu remolino de caricias? Un sólo sol no nos bastó para que se esconda, necesitabamos tres.
                                 Querida equivocación, no intentes cruzar la barrera de lo mágico, porque no tengo la seguridad de poderme sostener.
                                  Ésta carta te debe una post data, una advertencia que preferí callar por el asedio de tu demencial dulzura.

PD: Cuidado! me estás llegando al alma.

                              

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